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La pseudociencia económica |
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Escrito por Pablo J. Mira
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24.04.2005 |
En el capítulo tercero del extraordinario libro de Carl Sagan “El mundo
y sus demonios”, el autor lista un conjunto de disciplinas científicas,
y menciona la respectiva pseudociencia que las complementa. Así, la
astronomía tiene a la astrología, la psicología a la parapsicología, la
arqueología a las pirámides energéticas construidas por
extraterrestres, etc. Cuando llega a la economía, Sagan menciona como
su respectiva pseudociencia a los que creen poder realizar pronósticos
de largo plazo.
La intención de Sagan es clara: los pronósticos
económicos de largo plazo no son posibles por la sencilla razón de que
el futuro lejano resulta más incierto que el cercano. Debemos rechazar
como poco científicas las estimaciones respecto de ciertas variables si
estamos demasiado separados del presente.
Sin embargo, y
paradójicamente, en economía suele suceder que los pronósticos de largo
plazo suelen ser más eficaces que los de corto plazo. Es más, sospecho
que la verdadera pseudoeconomía se centra en la pretensión de querer
determinar con precisión los comportamientos de corto plazo.
Para ilustrar esto con un ejemplo, supongamos que queremos determinar
cuál será el valor del Dow Jones, principal índice de precios de la
bolsa de valores de los Estados Unidos dentro de 30 años. El pronóstico
no resultará demasiado dificultoso, puesto que se conoce la existencia
de una tendencia bastante definida de crecimiento. Basta entonces con
utilizar las sencillas técnicas estadísticas de regresión para estimar
con bastante razonabilidad el comportamiento de largo plazo de las
variables con tendencia. La facilidad para hallar este valor es
consecuencia simplemente de que las estimaciones de largo plazo suelen
utilizar datos más agregados, y es más factible que en el agregado
algunos efectos se compensen entre sí.
Pensemos ahora en la
determinación de alguna variable para el corto plazo. Estamos en
octubre del 2000 y queremos saber el valor del Dow Jones a fin de año.
Es obvio que en este caso se nos exigirá un mayor nivel de precisión
que el requerido para las estimaciones de largo plazo (si no, para nada
serviría la estimación de corto). El problema es que ahora la tendencia
no nos puede servir de mucho, debemos recurrir a otras “técnicas”.
Aquí
es donde aparece la pseudociencia económica. Entran en juego los
“gurúes” de la economía y las finanzas, los que supuestamente son
capaces de decirnos con exactitud que sucederá en las próximas semanas
con el comportamiento de una acción o un conjunto de acciones en la
Bolsa. Las técnicas utilizadas por estos gurúes para “venderse” son
diversas. La más común es la de hacer creer que porque uno ha sido
exitoso en la Bolsa, lo será toda la vida. De este modo, la única carta
de presentación la constituye su pasado de hombre de suerte. Pero no
sólo dan consejos aquellos que han sido beneficiados por la ruleta del
mercado de valores, también están los que, habiéndoles ido bien en un
negocio particular, se creen con autoridad para aconsejar sobre cuándo
comprar y cuándo vender. Otro conjunto de asesores, más
institucionalizado, se dedica a proveer consejos desde los bancos de
inversión y otras entidades financieras. Muchos de ellos dicen estar
respaldados por la ciencia, puesto que utilizan los métodos que derivan
del llamado “análisis técnico”.
El “análisis técnico” es un
método acientífico que, entre otras cosas, sostiene que es posible
conocer el precio de una acción en un futuro cercano simplemente
observando el comportamiento de sus precios en el pasado. Los
“analistas técnicos” ven en los gráficos figuras definidas, límites
máximos y mínimos, y toda clase de formas que detectan para después
hacer su respectiva predicción. Si un gráfico, por ejemplo, se asemeja
a una “cabeza de mono” incompleta, entonces la acción seguirá un
sendero tal que completará tal dibujo.
El vocabulario utilizado
para justificar el análisis técnico es semejante al de la astrología:
se inventan sustantivos a diestra y siniestra, se concluye sin ningún
tipo de argumentación, se complica innecesariamente el lenguaje
utilizado y, finalmente, se agrega al “análisis” una buena dosis de
ambigüedad.
El diario Ámbito Financiero que corresponde al día
en que estoy escribiendo este artículo publica en la página 7 de su
suplemento Panorama Bursátil, un informe “técnico” cuyo título es: “Dow
se mantiene aún dentro de la formación triangular”. ¿Qué triángulo? ¿El
de las Bermudas? ¿Desaparecerá también el Dow? No se asusten, el título
hace referencia a las mencionadas formas que supuestamente nos dicen
algo acerca de la evolución del precio de las acciones.
Del mismo artículo se pueden extraer varios párrafos deliberadamente ambiguos. Como ejemplo, tomemos el siguiente:
“La
figura de triángulo tiene dos características bien marcadas, la primera
es que mientras nos encontramos en él, la tendencia de fondo se pierde,
o se crean dudas de cuál será el próximo gran movimiento del mercado, y
la segunda es que una vez que define el triángulo el movimiento es
rápido o sostenido..”
Como copete de la nota, Ambito escribe:
“para ayudar a decidir, los technicals”. El párrafo anterior no tiene
nada de técnico, es fácil darse cuenta de que el autor no se decide por
el alza o la baja, sólo aporta confusión. Esto no ayuda a nadie. Si la
tendencia de fondo se pierde, o bien el movimiento es rápido, ¿debo
comprar o vender? El lector puede comprobar por sí mismo que si sigue
la lectura no aparece ningún pronóstico concreto, y que por lo tanto
este no es un problema de “falta de contexto”. ¿Por qué el autor no
recomienda en forma clara qué hacer?
La respuesta es sencilla:
porque el pronóstico será verdadero el 50% de las veces, demasiado
peligroso para un analista técnico que vive de esto. La razón por la
que los aciertos son aleatorios es que las investigaciones empíricas
sugieren que la evolución de corto plazo del precio de las acciones es
un “paseo aleatorio” (random walk en inglés), lo que significa que es
virtualmente imposible detectar un patrón de comportamiento específico
repetitivo para las mismas en el corto plazo. Pero hay una razón mucho
más obvia para no creer en estos “gurúes”: es difícil entender cómo nos
venden una información tan valiosa por tan poco dinero. El consejo de
alguien que sabe a ciencia cierta qué ocurrirá en las próximas semanas
en la bolsa vale millones, pero nadie cobra más que una comisión por
darlo.
La economía ya tiene su pseudociencia que la complementa.
Sus seguidores, al igual que en otras pseudociencias, se enojan cuando
se los somete al juicio de la razón, se sienten perseguidos por la
tiranía de la ciencia económica oficial, y viven fundamentalmente de
aconsejar a clientes incautos. No sea usted otro.
Pablo J. Mira – Docente Macroeconomía II - UBA |
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