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Criptozoología: Una pseudociencia singular PDF Imprimir E-mail
Escrito por Mariano Moldes
20.05.2006

Criptozoología significa, literalmente, “Estudio de los animales ocultos”. Su tesis principal es esencialmente correcta: existe una enorme cantidad de especies sin catalogar. Año a año se siguen descubriendo nuevos animales, incluyendo algunos de aspecto espectacular. En 1977 se descubrió una especie de pecarí perteneciente a un género que se consideraba exclusivamente fósil. Hoy revista en los catálogos de fauna argentina el Catagonus wagneri o “chancho quimilero”. Nótese que no sólo representaba una tercera especie de pecarí (en todo texto de zoología animal se señalaba la existencia de dos) sino que hasta aventaja visiblemente en tamaño a las dos conocidas; de hecho, su nombre vulgar en inglés es “giant peccary” (pecarí gigante). Más recientemente, en 1993, se descubrió una especie de rumiante selvático del tamaño de un novillo, el “sao la” o “vaquita de Vu Quang” (Pseudoryx nghentinnensis), también perteneciente a un género desconocido en selvas vírgenes de Vietnam. Asimismo, en la década del '90 se descubrieron especies nuevas de monos, lémures y canguros trepadores de Nueva Guinea.

No obstante, las mencionadas especies no fueron descubiertas por criptozoólogos sino por investigadores convencionales, en el curso de relevamientos faunísticos libres de prejuicios. La actitud de los criptozoólogos es exactamente la opuesta: basándose en testimonios orales y en folklore se obstinan en buscar especies en cuya existencia tienen una fe inquebrantable, y a las que atribuyen una elusividad que a veces se vuelve ridícula. Les gusta referirse a casos como los mencionados para expresar que quedan especies animales por descubrir, pero en cambio la mayoría de ellos hasta desconoce el descubrimiento, en la década del '50, del molusco Neopilina galatheae y los camarones del género Hutchinsoniella. Estos animales representan un tesoro zoológico porque son formas ancestrales de molusco (caracoles, pulpos, ostras, etc.) y crustáceo (cangrejos, camarones, langostas de mar, percebes, Cochinillas de humedad, etc.) respectivamente. Su existencia viene a confirmar algunas hipótesis evolutivas sobre los citados grupos animales, aparte de proveer material para profundizar las investigaciones, pero son unos animalitos pequeños y de apariencia modesta, que difícilmente servirían de tema para una película de cine bizarro.

Los criptozoólogos compilan historias de diferentes animales de dudosa existencia, o bien se especializan en buscar a campo alguna de ellas. Los ejemplos más conocidos son el monstruo de Loch Ness, el Piegrande y el Yeti. Es común que se trate de vertebrados de gran tamaño, que serían supervivencias de especies prehistóricas. La gran singularidad de la criptozoología está en que no cuestiona, en principio, ninguna ley científica establecida, como sucede con la parapsicología o la Astrología. Sus cultores ponen la fe en singularidades históricas, que habrían permitido la supervivencia excepcional de ejemplares de especies extinguidas en otras partes. De ahí proviene el que muchos criptozoólogos sean zoólogos de cierta trayectoria académica, no necesariamente marginales.

Aristas pseudocientíficas de la criptozoología

Si bien los buscadores de monstruos no atacan necesariamente los aspectos ontológicos ni gnoseológicos de la actividad científica, fallan gravemente en la metodología de trabajo, que desconoce palmariamente el principio de parsimonia (“Navaja de Ockam”). La existencia de criaturas desconocidas para la ciencia convencional es postulada para explicar relatos, testimonios y especímenes de naturaleza ambigua (huellas, restos, etc.). En tales casos suele haber toda una panoplia de explicaciones prosaicas a las que no existen razones para descartar. El antropólogo francés Michel Meurger realizó cuidadosas investigaciones sobre el folklore europeo sobre monstruos y sobre los “out-of-place” (esto es, testimonios de presencia de especies animales conocidas pero en sitios insólitos). En todos los casos se hizo evidente que la versiones populares habían representado en un principio meras expresiones, de contornos muy vagos, de estados de ansiedad generalizados, y que habían tomado la forma con la que hoy son famosas en base a interrogatorios sesgados por parte de investigadores sedientos de maravillas. Meurger nos recuerda que la misma palabra “monstruo” en principio significa “anuncio” (del latín monere = mostrar, palabra que también deriva de esa raíz). En forma parecida a muchos seguidores del fenómeno OVNI, los criptozoólogos son dados no sólo a creer acríticamente en los testimonios sino a interpretarlos literalmente y prescindiendo del análisis de fenómenos establecidos por la psicología y las ciencias sociales. Véase también en este sentido el capítulo sobre Leyenda urbanas y Rumores.

Otras veces, el simple descuido o ignorancia del investigador tiene un papel más preponderante. Una de las figuras más fuertes de la criptozoología es el Mokele-Mbembe, un dinosaurio de tamaño mediano, de formato semejante a los diplodocos, vegetariano pero muy agresivo, que habitaría las selvas pantanosas del centro de África. Esta región no sufrió migraciones latitudinales tan grandes como otras del globo, y por este motivo es mejor candidata para haber cobijado a un superviviente del Mesozoico; por otra parte, se trata de un herbívoro, cuyos números no necesariamente están pendientes de los de otra especie (como sucede con los carnívoros, que se especializan en cazar una o pocas especies presa). Su tamaño sería mediano y habitaría una región poco visitada por el hombre. No obstante, un residente de los pantanos del Likuala (sindicados como su hogar), el francés Michel Courtois un día se propuso hacer un retrato del Mokele-Mbembe basado en los testimonios de los nativos, con los que alternó durante 23 años (incluso está unido a tres mujeres pigmeas). El resultado fue un cuadro que representa un rinoceronte blanco (Ceratotherium simum) un poco deformado al no contar con una descripción acabada de sus proporciones. Lo que torna el caso más interesante es que esta especie es poco frecuente en esa región y normalmente no se la encuentra en el ambiente donde viviría el hipotético dinosaurio. No obstante, es muy probable que un macho viejo, desplazado por rivales más jóvenes, buscase refugio en un hábitat marginal (este tipo de conductas es conocida por los etólogos desde hace generaciones en esta especie y muchas otras). Eso expondría a los nativos de la zona al contacto con un animal en principio desconocido para ellos. También es cierto que los machos viejos se esta especie suelen ser sumamente agresivos. El yeti es otra prima donna de la criptozoología por razones análogas, y suele argüirse que los montañeses del Himalaya creen en él. Recientemente, un investigador estadounidense que esperaba encontrar al Abominable Hombre de las Nieves, al viajar a buscarlo a la región, se enteró que quienes creen fervientemente en su existencia son los pueblerinos, pero los experimentados cazadores de la montaña son totalmente escépticos. Huelga decir que este investigador terminó adoptando la misma opinión.

Innumerables lagos de todo el mundo fueron señalados como el refugio de enormes animales acuáticos. Primariamente esto se deriva de la aceptación de la existencia del Monstruo de Loch Ness. Los testimonios sobre su existencia se pierden en el tiempo, y esto lo ha vuelto más creíble a los ojos de muchos investigadores. Muchas hipótesis parsimoniosas han sido propuestas para explicar el origen de la leyenda, pero hay una que descuella por lo simple: hace un tiempo hubo un enorme animal acuático en el lago. Sólo que pertenecía a una especie archiconocida. Es un hecho documentado la migración, grandes distancias río arriba, de individuos solitarios o grupos pequeños de especies emparentadas con el delfín. En Europa hay incontables casos que involucran a orcas (Orcinus orca), marsopas (Phocaena phocaena), calderones (Globicephala melaena), algunos de ellos muy recientes. Probablemente se trate de individuos viejos cuyos riñones deteriorados se vuelven sensibles al alto contenido de sales de las presas marinas y a ingestiones accidentales de agua de mar al alimentarse. En el caso de Loch Ness, la comunicación con el mar existió en muchas ocasiones porque la distancia es mínima; en la prehistoria reciente fue un brazo de mar. Un cetáceo de estas especies remontó un arroyo corto y vivió largo tiempo en el lago, rico en fauna ictícola, desconcertando a los highlanders que nunca habían visto a un congénere suyo. En otras partes del mundo, la emulación con el lago Ness fue posible a través de avistajes de olas estacionarias o especies conocidas, como las nutrias, por parte de gente con poco contacto con la naturaleza. En algunos de estos sitios llegó a verificarse la presencia de masas vegetales en descomposición lenta, dentro de las que existían bolsones de gas cuyo volumen variaba con la temperatura, desencadenando ascensos y descensos caóticos. Es útil enunciar que los peces han desarrollado mecanismos especiales complejos y precisos para regular la cantidad de gas en su vejiga natatoria y así evitar ese tipo de movimientos, permaneciendo a la profundidad deseada.

Si bien al originarse una hipótesis criptozoológica lo único objetable es su falta de parsimonia, cuando se busca a la hipotética criatura su carácter pseudocientífico se hace más que patente. Se vuelve necesaria la presencia de una población de animales lo suficientemente grande como para haber resistido los avatares demográficos desde la prehistoria y al mismo tiempo lo suficientemente pequeña como para eludir las búsqueda más sistemáticas.

Este tema no escapó de Carl Sagan, quien en los ’70 escribió un ensayo titulado “Si hay, ¿cuántos?...” referido al monstruo de Loch Ness. Es de destacar que este lago, muy estrecho, fue peinado por equipos de sonar en más de una oportunidad y no se detectó ningún indicio concluyente de la presencia de animales de gran tamaño. La mayoría de los creyentes en Nahuelito ignoran que los lagos del Sur argentino se originaron decenas de millones de años después que se hubiera extinguido el último plesiosaurio y el último dinosaurio(si exceptuamos a las aves). También ignoramos que el Nahuel Huapi y lagos adyacentes son recorridos todo el año por un equipo de hombre-rana vocacionales (entre quienes se encuentra incluso un miembro del CAIRP) sin ser molestados por los plesiosaurios.

Una conocida criptozoóloga rusa encontró recientemente una salida elegante y políticamente correcta a este dilema al postular que el “Al’Ma” (versión ruso-georgiana del yeti) se había extinguido a causa de la caza y degradación del hábitat.

También resulta llamativo el patrón de evolución de las hipótesis criptozoológicas. No sólo tiene lugar la emulación sino también la diversificación; observándose la huella del “wishful thinking”. Antes, por ejemplo, se hacía sumo hincapié en la figura del Nessie y similares, en parte porque los plesiosaurios eran confundidos a nivel popular con dinosaurios de hábitat acuático. Hoy, que además de haberse difundido información sobre sus diferencias, el público está más familiarizado con los dinosaurios y demás fauna mesozoica, se revivió la leyenda del Mokele-Mbembe (olvidada desde principios de siglo) y surgió toda una pléyade de animales prehistóricos africanos: el elemantouka, el chipekwe (parientes del triceratops), el mbetu-mbetu (un estegosaurio), el kongamoto (una especie de pterodáctilo pequeño). En Australia se habla del gueguerogue (un ornitomino, de formato similar al de una avestruz).

También existen los fraudes obvios. Hoy hay quien sigue creyendo en el Ameranthropoides loysi, un supuesto mono americano con apariencia similar a la de un orangután, anunciado con bombos y platillos en los años ’20 por un geólogo francés apoyado en una foto falsificada y una coartada torpe. Los creyentes en el Piegrande siguen defendiendo una filmación de los años ’60, haciendo hincapié con mucha candidez en que “se ha demostrado que no es un truco fotográfico”. Tampoco lo eran los gorilas fugados que solían aparecer en “Los Tres Chiflados”.

Ejemplos, contraejemplos y figuras locales

Los criptozoólogos pecan por comisión al difundir disparates y propugnar enfoques viciados por graves errores metodológicos, pero también pecan por omisión. Suponiendo que valiera la pena constituir una especialidad basada en la existencia de “animales ocultos”, el modo de construirla no es el que emplea la mayoría de los criptozoólogos. Deberían ellos mismos producir los modelos matemáticos sobre tamaño de población de un criptoanimal de características dadas; esta tarea, hoy por hoy, la cumplen los refutadores. Asimismo, sobran los campos donde semejante ciencia podría recibir su bautismo de fuego. En la actualidad existen casos de especies, muy valiosas e interesantes, a las que se considera prácticamente extinguidas, o extinguidas en tiempos recientes. Del lobo marsupial de Tasmania se dice que desapareció en 1933, aunque desde entonces a la fecha han existido testimonios en principio creíbles sobre su persistencia en lugares aislados de Tasmania y aún en puntos de Australia insuficientemente explorados. El único en recoger el guante fue el naturalista australiano Rex Gilroy. Otras especies, como el rinoceronte peludo de Sumatra, resbalan hacia la extinción porque además de escasa son difíciles de localizar, y sencillamente no se sabe dónde instalar una reserva para protegerlas. A los criptozoólogos les permitiría poner a punto sus modelos y técnicas, además de ganarse el respeto de la comunidad zoológica en general.

Entre las excepciones a la credulidad desbocada, junto con Gilroy podemos clasificar al zoólogo inglés Dr. Karl Shuster. Este científico estudió la casuística de avistamiento de felinos “out of place” en Gran Bretaña, explicándola casi en su totalidad en base a errores de identificación y animales exóticos escapados. Incluso encontró una auténtica forma nueva: un híbrido entre gatos domésticos y gatos de Bengala. Pero a diferencia de otros criptozoólogos, respalda sus conclusiones con especímenes de estos animales atropellados o cazados por lugareños.

En nuestro país no existen personajes destacados en el campo criptozoológico como los que se dan en ovnilogía, parapsicología o el mundo New Age. Tal vez esto se deba al escaso desarrollo de la comunidad académica, que a diferencia de otras instancias pseudocientíficas es fuente importante de practicantes de la Criptozoología. La figura más destacada es el investigador Elio Massoia, quien es conocido por sus correctas investigaciones sobre dieta de aves rapaces antes que por su afición a la zoología marginal. Massoia cree en la existencia del Neomylodon listai (perezoso gigante que habría sobrevivido en la Patagonia hasta tiempos históricos), en otras criaturas de existencia poco difundida, y en el Hucumari. Este último ser es interesante porque provee un buen ejemplo de cómo el pensamiento criptozoológico deforma hechos ordinarios en busca de derivaciones rimbombantes. El hucumari fue interpretado durante generaciones como el conocido aunque raro oso de anteojos (Tremarctos ornatus), la única especie de osos que vive en Sudamérica en la actualidad. De hecho, recibe este nombre en áreas marginales de su distribución, donde su avistamiento se considera un hecho extraordinario. Se lo identifica con un personaje de la mitología popular, utilizado para explicar embarazos no deseados, y esta dimensión antropomórfica bastó para que se intentase asimilarlo al Yeti y al Piegrande en calidad de antropoide peludo. El único interés de buscar a semejante animal, como se ha hecho, en la selvas montañosas de Baritú (Jujuy) reside en el carácter “out of place” de este oso. Aunque esto también es cuestionable, ya que está aceptado que el animal existe (aunque no abunda) en la provincia boliviana de Tarija...fronteriza con Jujuy.

En resumidas cuentas: la criptozoología puede considerarse ejemplo de lo que el Premio Nobel de Física Irving Langmuir llamara “ciencia patológica”. Tal vez por los casos que le tocó conocer, consideraba que la pseudociencia en general era una versión degenerativa de la ciencia. El estudio sistemático de la pseudociencia puso al descubierto otros factores y otros orígenes de las doctrinas pseudocientíficas, tales como la mera superstición actualizada o el corolario de la aceptación de mitos y fraudes. Por este motivo, algunos autores (como Mario Bunge) consideran poco feliz esta denominación. No obstante, sí es aceptable aplicarla a una subcategoría dentro del espectro pseudocientífico, en la que la Criptozoología encajaría perfectamente.

Mariano Moldes

Última modificación ( 20.05.2006 ) |



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