por Fernando
Blanco
publicado en Psicoteca
, 2003
La
teoría del psicoanálisis de Sigmund Freud ha calado
en la sociedad de tal manera que aparenta ser el modelo predominante.
Tanto el artículo presente como el que le seguirá
pretenden enumerar las razones que según mi criterio personal
han llevado a esta hegemonía popular, así como criticar
el mismo estatus científico de la teoría freudiana.
Según reconocen numerosos
intelectuales, la historia de este sigo XX que ha terminado no hubiera
sido la misma sin la aportación de aquel hombrecillo de canosa
barba y aspecto severo. La novedosa concepción del psiquismo elaborada
por Sigmund Freud (1856-1939) acabó por revolucionar el ambiente
científico y cultural de la Europa que conocemos. E incluso después
de su muerte, las numerosas escuelas en las que quedó escindido
el cuerpo teórico original (teóricos de la psicología
del Yo, seguidores de Lacan, del psicoanálisis cultural, etc.)
han logrado mantener con vida el legado del psicoanálisis, que
todavía hoy comparte el escenario con aproximaciones psicológicas
posteriores como el conductismo en sus diversas formas o el imparable
movimiento cognitivo. En estas líneas quisiera dedicarme a expresar,
como dice el título, una serie de reflexiones y puntos de vista
personales acerca de esta influyente teoría que es el psicoanálisis
de Sigmund Freud. Empecemos, pues.
Si algo hay que reconocerle
al psicoanálisis y a sus hábiles publicistas es, precisamente,
la extraordinaria difusión mundial que ha conseguido, convirtiéndose
en una ideología casi omnipresente, al menos entre el público
general (no tanto en el ámbito académico). Basta con elegir
cualquier revista práctica de las que abundan hoy en los quioscos
para descubrir, entre la sección de horóscopos y la de recetas
de cocina, unas páginas bajo el título "Psicología".
Por supuesto, el contenido de dichas páginas poco o nada tendrá
que ver con la auténtica psicología científica, seria
y rigurosa, y se reducirá a las sorprendentes consultas de unos
lectores atribulados que son respondidas con una también pasmosa
ligereza por parte de unos "profesionales" que, entre otras
cosas, no ocultan su marcada tendencia psicoanalítica. Así,
un lector acomplejado por sus problemas podrá comprender que su
insólita aversión a las patatas fritas, por ejemplo, tiene
origen en una desafortunada fantasía sexual infantil, o algo parecido.
Dejando de lado la más que dudosa efectividad de estos diagnósticos
a distancia, vamos a centrarnos en el elemento psicoanalítico que
con tantísima frecuencia impregna los contenidos de las revistas,
las conversaciones de las cafeterías y, en definitiva, las creencias
populares.
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La
verdad es que, para muchos autores, todo lo que hay de ciencia en el psicoanálisis
no pasa de ser pura apariencia.
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Como se ha reconocido más
arriba, el psicoanálisis ha logrado introducirse hasta la médula
en el ideario popular. Los contenidos típicos de la escuela psicoanalítica
están presentes en las mentes de buena parte de la población,
aun muy malinterpretados o entendidos de una manera superficial y tosca
(no en vano tengo a Freud por uno de los intelectuales peor comprendidos
de todos los tiempos, junto al neoconductista Skinner), y han llegado
a oscurecer todo enfoque alternativo del estudio de la mente. Así
es. Para una persona normal, de la calle, de nivel cultural medio o incluso
alto, toda la psicología se reduce a lo (poco) que sabe de psicoanálisis:
algo del "subconsciente", nosequé del "superyo",
el significado de los sueños, la represión de los deseos,
un complejo infantil que tiene que ver con el sexo, y siempre con un profundo
sesgo clínico... Más aún: con frecuencia, el de Sigmund
Freud es el único nombre propio que la gente es capaz de nombrar
en relación con esta maltratada ciencia, la psicología,
y casi siempre se considera que su aportación fue revolucionaria
y efusivamente aceptada por toda la comunidad de expertos, suponiendo
además que aún nadie ha osado proponer un modelo alternativo:
una idea que, por supuesto, carece de fundamento, pero aún así
goza de gran popularidad, incluso entre personas cultas y con estudios
superiores.
Pero, ¿por qué
tiene la perspectiva psicoanálitica tanto éxito entre la
gente de a pie? Imagino que hay algo en cierto modo seductor en el psicoanálisis,
o en la antropología que subyace en él. De alguna manera
combina la pátina científica externa, que hace popularmente
creíble una teoría (siempre, claro, que uno no sea muy exigente
ni riguroso), con ese puntito de irracionalidad que va directa a las emociones
del receptor, olvidando cualquier crítica empírica y racional,
y presentándose como una idea sugerente, atractiva e irresistible.
En las siguientes líneas nos detendremos a analizar estos elementos.
En primer lugar, hemos mencionado
esa apariencia externa de ciencia, de rigurosidad académica. La
verdad es que, para muchos autores, todo lo que hay de ciencia en el psicoanálisis
no pasa de ser pura apariencia. ¿Y cómo definimos, se preguntarán
algunos, qué es científico y qué no? Pues bueno,
una aproximación bastante aceptada la proporcionó el austriaco
Karl Popper, un teórico de la ciencia que la identificó
con el terreno de lo "falsable". Cuando un científico
propone una hipótesis, como por ejemplo la de que el agua se congela
a -5º centígrados, podría buscar casos reales que confirmaran
sus predicciones. Es decir, según nuestro ejemplo, podría
ponerse literalmente a enfriar cazos de agua, comprobando cómo
en efecto el agua se vuelve sólida cuando desciende su temperatura
hasta -5º C. Sin embargo, a pesar de la intuición popular,
todos esos esfuerzos serían inútiles, según la perspectiva
de Popper. Nuestro científico imaginario podría congelar
cien, quizá mil recipientes llenos de agua, y seguiría sin
haber demostrado su hipótesis. Otro científico podría
elegir otra predicción cualquiera que encontara similar evidencia
(por ejemplo, si alguien propone que el punto de congelación del
agua está en -15º C, también lo confiramaría
en todos los casos en los que se enfríe un recipiente de agua hasta
esa temperatura). La mayoría de las veces existen casi infinitas
afirmaciones hipotéticas que concuerden con un caso determinado,
tengan éstas fundamento o sean una mamarrachada. Lo que de verdad
nos interesa desde el punto de vista del científico es el experimento
crucial, el caso crítico que pueda no cumplir la predicción
hecha por la hipótesis, o sea, el que sea capaz de "falsarla"
(demostrar que es falsa), siguiendo el lenguaje de Popper. No es posible,
pues, confirmar una teoría, solo demostrar su falsedad. Una vez
encontrado ese caso concreto que falsa una hipótesis, llega el
momento de desecharla o reformularla. De este modo, la ciencia no consiste
en buscar datos para apoyar una determinada teoría, como a menudo
cree la gente, sino en intentar falsarla, buscar datos que la contradigan
para avanzar en nuestro conocimiento. Mientras esos datos no aparezcan
o sean discutibles, la hipótesis podrá seguir defendiéndose.
Todo aquel conocimiento que no sea "falsable", es decir, que
no permita detectar casos que contradigan una determinada afirmación
predictiva, sencillamente queda fuera del estudio científico, y
corresponde a la filosofía, la religión u otras disciplinas
abordarlo desde su propio punto de vista.
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El
psicoanálisis no es un modelo falsable: cualquier acontecimiento,
sea cual sea, puede ser interpretado como una confirmación de la
hipótesis, merced a la ambigüedad de la teoría.
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Una vez aclarado en qué
consiste la ciencia, consecuentemente nos preguntamos ¿es el psicoanálisis
una ciencia? Y pese a quien pese tenemos que responder negativamente,
al menos desde la perspectiva de Popper. El psicoanálisis no es
un modelo falsable: cualquier acontecimiento, sea cual sea, puede ser
interpretado como una confirmación de la hipótesis, merced
a la ambigüedad de la teoría. Cuando un paciente niega la
interpretación que hace el psicoanalista acerca de un sueño
o una conducta determinados, siempre se podrá aducir que dicha
interpretación del terapeuta es real pero ha sido reprimida, o
bien achacarlo a ese misterioso (pero útil para la conservación
de estas prácticas terapéuticas) fenómeno de la resistencia.
Además, surge la sospecha
al pensar que, si el padre del psicoanálisis nunca hubiera existido
o se hubiera dedicado a otros menesteres en vez de a la psicoterapia,
es ciertamente improbable que una persona distinta, en otro lugar o en
otra época, hubiera acabado elaborando una explicación semejante
para el funcionamiento de la psique. Si exceptuamos los primeros momentos
de la creación de la teoría, donde sí son reconocibles
los elementos neurológicos y las explicaciones resultan menos espectaculares,
todo lo demás es una obra personalísima únicamente
de su inventor, cuesta imaginar que nadie hubiese llegado a conclusiones
similares trabajando independientemente. ¿Y cómo habría
de hacerlo, si la filosofía de trabajo que guiaba al célebre
terapeuta no incluía la recopilación de datos objetivos,
ni la experimentación empírica (a la que se oponía
expresamente)? La objetividad, en la elaboración misma del modelo,
queda pues en entredicho. Incluso en el ulterior desarrollo y ramificación
de la teoría en distintas corrientes encontramos más de
secta religiosa que de genuina ciencia: algunas variantes, como los lacanianos,
reniegan de toda técnica de contrastación e investigación,
por lo que sus adeptos semejan más acólitos religiosos y
crédulos que científicos racionales.
Por lo tanto, de ciencia, lo
que hay es más bien poco. Aunque de todas maneras, si tenemos en
cuenta el analfabetismo científico de buena parte de la población
y la escasa atención que en las escuelas e institutos se dedica
a forjar el sentido crítico y racional de los jóvenes (esto
hay que reconocerlo, por regla general somos bastante cazurros en estos
menesteres, aunque todo tiene arreglo), no es extraño que, cuando
cualquiera nos ofrezca un discurso que se corresponda con nuestro estereotipado
concepto de "ciencia", lo aceptemos acríticamente sin
considerar racionalmente sus contenidos. Es la ciencia, para muchos de
nuestros convecinos, una disciplina extraña, ajena, imposible de
entender salvo para unos pocos tipos de bata blanca cuyo máximo
interés parece ser el de mantener sus conocimientos lejos de la
comprensión del pueblo, para conservar un presunto lugar de privilegio.
El científico es visto como una especie de mago capaz de trabajar
con fuerzas misteriosas que nadie comprende, y sólo cuando la aplicación
práctica de sus descubrimientos para la vida cotidiana es clara
y directa parecen merecer algo de atención (en este caso, la salud
mental de las personas es un tema de gran interés para todos).
Y casi siempre, como digo, la única relación popular con
la ciencia es a través de una aceptación dogmática,
sin discusión: "si lo dice un experto, yo me fío...".
El problema viene cuando entre los expertos existe más de una opinión,
aunque muchos no se lo planteen, claro.
Información adicional
Freud, S. (1976). Obras completas. Buenos
Aires: Amorrortu.
Tortosa Gil, F. (1998). Una historia de la psicología
moderna. Madrid: Mc Graw Hill.
Popper, K. (1965). La ciencia: conjeturas y refutaciones.
Buenos Aires: Paidós.
En la siguiente dirección se puede leer un
resumen de las ideas de Popper http://www.udec.cl/~josqueza/filosofia/Popper.html |